miércoles, 14 de noviembre de 2007

The American Way Of Life.


Estaba haciendo unos riñoncitos a la parrilla, tenía ganas de gastar el día. Resultó ser una mañana oscura, llena de nubes negras y con una lluvia impertinente aproximándose. No obstante, dentro del chalet, no caería ni una sola gota. Me encontré mirando a mi alrededor todo lo que había conseguido con tanto esmero, junto con Jerrica, mi esposa.

Me detuve a pensar porqué ella nunca me supo decir de qué trabajaba, parecía algo muy secreto y privado. Eso me hacía sentir como un individuo más dentro de una especie de oscurantismo propio del medioevo. Se supone que en una pareja no hay secretos. Fue entonces cuando recibí el llamado de Richard. Se lo notaba preocupado, con un tono de voz ajeno a lo que de él era común esperarse.

En teoría, Richard estaría en mi casa a las 13 PM, y recién entonces comenzaríamos a degustar los sabrosos riñoncitos.

-Bill, no tengo tiempo de decirte todo lo que me ha sucedido, no me lo creerías nunca.
-Ok. De cualquier manera, se que querrías contármelo.
-Si, pero no tengo tiempo y mi situación es apremiante. Dentro de una hora estaré en tu chalet y podremos conversar acerca del tema.
-Ok.

Para mitigar el tiempo, bebí un poco de ponche, al mismo tiempo en que prendía la tv. Las comedias de hoy me parecen algo insulsas y traté de encontrar alguna señal que diera alguna serie más tradicional, como “Different Strokes” o “Mr. Belvedere”. Me cansé de oprimir los botones del control remoto y retorné a la parrilla, donde los riñoncitos lucían un color singular, digno de las carnes asadas.

Sonó el timbre y supe entonces que Richard había llegado. No esperaba, sin embargo, que, al abrir la puerta, me encontraría con un sujeto asustado, sucio de sangre y vencido por el miedo. Atiné, enseguida, a preguntarle el porqué de ese estado deplorable en que se encontraba.

-Bill, he tenido un grave accidente. Por suerte, no he sufrido lesiones, pero estoy muy preocupado.

Lo calmé y le serví un vaso de ponche. Me contó que chocó con su auto contra un tren o algo similar, y que, lamentablemente para él, había muchos heridos y varios muertos.

Dispuse en el centro de la mesa los riñoncitos acompañados por una grotesca ensalada de tomates y lechuga. El vino acompañaba el sabor de la carne y, de a poco, Richard fue relajándose. Volvieron su risa habitual y sus mohines decadentes que yo recordaba de mi infancia. Solos, volviendo a ser los mismos de siempre, disfrutábamos un momento solaz.

Jerrica odiaba a Richard por su estúpida forma de ser y casi siempre inventaba una excusa barata para no invitarlo a casa. Era sábado y, como ella trabajaba, aproveché e invité a mi amigo a almorzar. No quería perder esta relación por culpa de una mujer. Pero tampoco podía negar que Jerrica era mi verdadero amor y que tenía razón respecto a Richard.

Durante la sobremesa me surgieron inmensas ganas de retirarme al baño. Le dije a Richard que se sienta como en su casa, que yo retornaría a la mesa en cuestión de minutos.

Al subir las escaleras, escuchaba el vago sonido de la tv, que anunciaba un impactante accidente en la ciudad. Antes de dirigirme al baño, me quedé viendo la noticia. Mientras me sentaba en la cama de la habitación, leía el título: “Violento choque entre un auto y un trencito de la alegría”. Supuse, entonces, que se trataba del accidente de mi amigo.

Cuando intenté llamarlo para que viera la noticia, me asaltó un temor espantoso que me impidió emitir sonido alguno. Dentro de un disfraz de conejito vislumbré a Jerrica de entre el montón, derramada su sangre en el asfalto y rodeada de un impresionante circo de periodistas, policías y enfermeros. Deslicé entonces la mirada hacia el placard del dormitorio, sin saber que diablos hacer allí. Un pompón se inmiscuía entre las compuertas, como un copo de nieve en el infierno.

Cuando subió Richard, preocupado por mi tardanza, era demasiado tarde. Después del segundo disparo, comprendí que, como él, Jerrica también tenía esa peculiar característica de cometer actos burdos y desprolijos frente a mi. Y también me di cuenta de que yo había cometido el mismo error estúpido al tomar esa pistola y terminar de cerrar el final del agradable almuerzo.

Los riñoncitos aún crepitaban en la parrilla, bajo el rojo ocaso de la tarde.



David Bowie - Young Americans

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David Bowie - Young Americans (The Dick Cavett Show, New York, 1974)





1 comentario:

Cartero dijo...

No se que onda los riñoncitos pero david bowie es groso...
Un abrazo grande del cartero!
Michel